domingo, 24 de noviembre de 2013

Cambio Climático: El freno sinérgico de la cotidianidad.


En 1997 se adopta el Protocolo de Kyoto, que compromete una reducción cuantificada de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera, por parte de los países industrializados. La meta planteada buscaba la eliminación del 5% de estas emisiones tomando como punto de partida lo reportado en el año 1990, aproximadamente 650 partes por millón (ppm) de bióxido de carbono (CO2). Lo anterior en reacción a la innegable y evidente huella de las actividades humanas sobre el clima global.

Desde la Revolución Industrial a mediados del siglo XIX, el uso del carbón como combustible y eje impulsor de la tecnología de ese tiempo dio como resultado un incremento en la concentración de los gases que componen una fracción mínima de la atmósfera, que a pesar de ello, ya han manifestado en muchas ocasiones sus efectos desastrosos. Estos gases son principalmente: el mencionado CO2,  el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O), el ozono (O3) y el vapor de agua. 


Gases que permiten el paso de la radiación solar a la superficie terrestre y marina. Parte de esta radiación es reemitida a la atmósfera, pero esta vez la alta concentración de los mismos impedirán su escape al espacio exterior, como debería de efectuarse equilibradamente para regular la temperatura y mantenerla en un rango óptimo para la vida. No obstante, esto ha cambiado en los últimos 50 años de manera preocupante.

Cabe aclarar que la comunidad científica acepta que los cambios climáticos en nuestro planeta se presentan de forma cíclica, debido a fenómenos naturales tales como el cambio en la oblicuidad, que se refiere a la inclinación del eje de la Tierra sobre su órbita cada 41 mil años, de 21.5º a 24.5º. Se estima que el ángulo en la actualidad es de 23.5º. Otro fenómeno determinante es el movimiento de precesión, que emula el comportamiento de un trompo cada 25 mil 800 años y, finalmente el cambio en la excentricidad que se refleja en una modificación en la forma de la órbita terrestre cada 100 mil años, pasando de una forma más a menos elíptica. Estos tres fenómenos tienen una influencia notable en el grado de insolación que recibe nuestro planeta, por lo que la temperatura suele disminuir drásticamente dando como resultado las llamadas glaciaciones.

El estudio del cambio climático ha revelado que nuestro planeta sufre una aceleración en el incremento de la temperatura media directamente proporcional a la alza en el empleo de combustibles fósiles en la última mitad de la centuria. Relación evidente que argumenta y señala a las actividades humanas o antropogénicas como las responsables en esta variación.


Mares y océanos: receptores primarios del cambio en la temperatura global.

El impacto más impresionante de este fenómeno es el derretimiento de los glaciares. Masas enormes de hielo como Groenlandia y Antártica que se formaron por la acumulación de nieve con el paso del tiempo. Tomando cientos o miles de años para lograrlo, son los reservorios de agua dulce más grande del planeta. Hay una preocupación latente sobre esto, puesto que al derretirse los gigantescos volúmenes de hielo se diluirían en el agua salada a niveles peligrosos para el clima global por su afectación en las corrientes marinas conocida como "bomba termohalina" que se presenta al evaporarse una gran cantidad de agua y se concentra la sal en la misma, que aumenta su densidad y disminuye la temperatura, impulsando por convección un flujo de esta hacia el sur, caso del Atlántico Norte.


A pesar de alterar prácticamente a todo factor biótico y abiótico del planeta, el agua salada en proporción ha sido la más afectada. El deshielo de los polos y los glaciares en las montañas dentro de los continentes han aumentado el nivel del mar.

Existen registros de este efecto en algunos lugares como Ámsterdam (Holanda), Brest (Francia) y Swinoujscie (Polonia), en los cuales se confirma una alarmante elevación del nivel del mar durante el siglo pasado. En el caso de Ámsterdam, que se encuentra a cuatro metros por debajo del nivel del mar, suponen una susceptibilidad próxima a sufrir consecuencias por las inundaciones debidas a la invasión del mar.

Con ello, las ciudades costeras del mundo se encuetran amenazadas al igual que todas las actividades dependientes del mar. En el caso de México, la pesca ha reducido sus volúmenes de producción en años particularmente inusuales de condiciones climáticas. Claro ejemplo se encuentra en 1998 en donde la producción se vió limitada principalmente en las pesquerías de erizo, langosta, abulón y camarón. Repercutiendo en consecuencia, tanto en la economía como en la sociedad que dependen directa e indirectamente de estos productos.

La biodiversidad marina también esta experimentando cambios bruscos. Por ejemplo, el CO2 de la atmósfera que al disolverse en el agua vuelve ácido al medio marino y disminuye el crecimiento de animales como los corales y los moluscos, a quienes se les dificulta la fijación de calcio del agua para construir sus esqueletos y conchas, respectivamente. Otro efecto del cambio climático sobre los animales del mar es el llamado "blanqueamiento del coral" en el cual se eliminan las algas microscópicas unicelulares de las que obtienen nutrientes. Estas algas adquieren a su vez el alimento y protección de los corales. Con el abandono de las algas por este cambio en la temperatura el tejido blanco del coral queda expuesto, y si se prolonga esta condición a temperaturas iguales o mayores a 3ºC el coral muere.

Otro ejemplo más conocido es el de los osos polares que dependen de las plataformas de hielo para obtener su alimento, reproducirse y establecer sus madrigueras. Conforme se aumenta la temperatura en el Ártico las plataformas de hielo adelgazan su grosor y disminuyen su extensión. En el verano de 2008 se calcula una pérdida equivalente al 90% de la superficie de nuestro país. Con este hecho los osos ven comprometido su alimento y no acumulan suficientes reservas de grasa para el duro invierno, por tanto, sufren desnutrición, no alimentan a sus crías y todo ello deja un rastro de mortalidad mayor.


Ayudemos al planeta desde nuestras trincheras.

Ya se han mencionado los orígenes, procesos y consecuencias de este fenómeno, tanto a nivel global como local. De igual forma, los efectos en los animales y los seres humanos. A pesar de todo lo anterior, el cambio climático nos plantea un reto sin precedentes como especie dominante del planeta para luchar por nuestra propia supervivencia.


La influencia del hombre no había tenido nunca antes consecuencias tan desgarradoras como las citadas líneas arriba. Las sociedades humanas se desarrollaron en los últimos 10 mil años en una estrecha franja de temperaturas, esto quiere decir, nuestras actividades hasta cierto punto en la escala del tiempo no eran dañinas significativamente. Quizá una de las razones de esto se deba a que durante mucho tiempo el hombre fue nómada. Hasta el momento en que la especie empezó a tener prácticas sedentarias, los recursos a nivel local empezaban a tener sus primeros impactos.

Con el desarrollo tecnológico a la par del crecimiento poblacional, las necesidades y satisfactores fueron en aumento. Las sociedades modernas están inmersas en una cultura del consumismo. Todas nuestras actividades cotidianas tienen un impacto sobre nuestros recursos. Debido a la globalización, las necesidades de movilización son cada vez mayores. Toda actividad requiere del uso de energía. 

Si nuestra sociedad actual toma conciencia de que la cotidianidad es la clave del cambio, nuestro planeta podría retribuirnos mucho de lo que le hemos quitado. Aprendamos a tener actitudes responsables y racionales en el uso de nuestros recursos y exijamos de manera proactiva una mayor incidencia en el quehacer público para atacar al problema desde varios frentes. Cambiando nosotros y no el clima, aseguraremos mejores hijos en la posteridad para nuestro planeta azul.

Fuente: Semarnat. Cambio Climático. Ciencia, evidencia y acciones. México. 2009.

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