jueves, 18 de junio de 2020

Retos del Siglo XXI: Sequía, desertificación y cambio climático.


El calentamiento global es un fenómeno cada vez más conocido, pero del que desconocemos muchas de sus consecuencias y de la magnitud de estas. A nivel continental y regional se han observado numerosos cambios del clima a largo plazo, lo cual ocasiona cambios generalizados en el volumen de las precipitaciones, la salinidad de los océanos, la configuración de los vientos y en aspectos de fenómenos meteorológicos extremos como sequías, fuertes precipitaciones y olas de calor, así como en la intensidad de los ciclones tropicales.

Una de las consecuencias más graves y más difícil de sobrellevar es la desertificación, ya que implica la pérdida total de la vida en aquellas regiones donde aparece este desastre que se intensifica cada vez más. Y es que la degradación de la tierra representa una terrible amenaza a la alimentación, nutrición y seguridad alimentaria, así como a los recursos hídricos, al aire limpio, a los valores culturales y al desarrollo económico.
 

El cambio climático y la desertificación están íntimamente ligados debido a los efectos indirectos entre la degradación de los suelos y las precipitaciones. Los suelos expuestos a la degradación como resultado de un uso inadecuado de las tierras se vuelven estériles y ese efecto se puede volver irreversible con el cambio climático, pues el aumento de la temperatura, la disminución de las lluvias, la radiación solar más intensa y los cambios en los vientos en las zonas que ya han sido afectadas por la desertificación, no hacen más que incrementar el problema.

La sequía es considerada como una anomalía climatológica en la que la disponibilidad de agua está por debajo de lo habitual de una determinada área geográfica, no siendo el agua suficiente para abastecer a los seres vivos de su entorno. Aunque es diferente de la desertificación, ambos fenómenos estas estrechamente relacionados, sus consecuencias no se dan por separado, sino que son una sucesión de efectos negativos que desencadenan en una devastación sobre las personas y sobre el planeta.

Tanto la desertificación como la sequía afectan a la producción de cultivos y a pastos. La productividad agrícola disminuirá incluso cuando se produzcan pequeños aumentos de la temperatura local y es probable que disminuyan la extensión de las tierras cultivables, la duración de las temporadas de cultivo y el rendimiento potencial de los cultivos.


La falta de agua no permite que la producción de alimentos sea suficiente y, como consecuencia de ello, las condiciones y productividad del ganado también se ven afectadas, al grado que las muertes de los animales suponen pérdidas en la economía de los ganaderos más pobres. Se produce así una sucesión de debilidades dentro de la cadena alimenticia que pone en riesgo la salud de las personas.

En este contexto de decadencia de las actividades agrícolas, las migraciones suceden puesto que los jóvenes al ver la baja productividad en todas esas tierras degradadas, deciden migrar a los centros urbanos para mejor calidad de vida y no depender de una situación crítica para sobrevivir de acuerdo a sus patrones familiares y culturales.

La desertificación aumenta la erosión del suelo, sin la capa de vegetación que protege al suelo y que lo mantiene en su lugar y saludable, los fuertes vientos y remolinos se llevan el suelo, de igual manera las tormentas remueven la capa superficial del suelo, ya que la fuerza con la que caen las gotas de lluvia levantan el suelo desnudo y lo arrastran hacia ríos y lagos, contaminando el agua con partículas y sedimentos que antes no estaban ahí.


Además, estos suelos secos no son capaces de absorber el agua y retenerla en el propio suelo o en los mantos acuíferos, por lo que los periodos cortos e intensos de lluvia (como los que se esperan en los próximos años) no son capaces de revertir la sequía y la desertificación. Solo las lluvias moderadas y de larga duración logran humedecer los suelos y llenarlos de agua, desgraciadamente el cambio climático nos lleva al lado contrario.

El cambio climático, la desertificación y la sequía interactúan entre sí para hacerse más fuertes, la sequía aumenta la desertificación, a su vez la desertificación influye en el cambio climático, y el cambio climático hace más duraderas e intensas las sequías. Mientras no seamos capaces de revertir o frenar el cambio climático, la desertificación y sus consecuencias irán en aumento dejándonos desiertos sin ecosistemas, sin agua, sin oportunidades, sin biodiversidad, sin vida.


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